Mariana Torres despertó de aquel profundo sueño con la marca de la infelicidad en su rostro una vez más. Nuevamente el sueño le revelaba una profunda soledad. Soñaba que estaba en una gran ciudad de enormes edificios, pequeos parques y pocos lugares para distraerse. Lo único que tenía de bueno ese sueño era que el cansancio no se percibía. Se sentía libre y sobre todo alegre. Alegre porque no sentía las crudas voces burlonas de una sociedad perdida. Se la pasaba corriendo, brincando, riendo. No se daba cuenta de las dimensiones que recorría, por eso siempre llegaba a las afueras de la ciudad, hasta un gran monte verde lleno de flores silvestres con aromas encantadores y deliciosos. También había un imponente árbol, con las raíces más profundas y gruesas que alguna vez se han visto, la suave brisa de verano provocaba un sonido muy relajante, y, para disfrutar mejor ese momento, Mariana Torres se descalzaba. Le encantaba sentir el pasto fresco en sus pies. Miraba el horizonte y los pájaros que emigraban. Tocaba el imponente tronco con sus suaves y delicadas manos, lo rodeaba y se apoyaba en él. Su pelo se confundía con el tronco, y sus ojos representaban una esperanza única. Se estiraba con los ojos cerrados y los abría lentamente. De repente notaba la presencia de un chico, no podía verlo bien a causa del atardecer pero pudo notar que tenía un pelo rojizo que nunca había visto. También parecía contento, su figura daba a conocer una contextura perfecta, se notaba que era un chico al que le gustaba hacer deporte y siempre que se encontraban en ese mágico lugar, se sonreían. También estaba descalzo y su sonrisa era como una gran estrella fugáz. De repente, el horizonte se tornó de un color negro azulado. Cuando volvió a mirar al chico, ya no estaba. Comenzó a correr, pero el cansancio ya se hacia presente, se comenzó a agitar, miraba hacia atrás y la oscuridad estaba cada vez más cerca. Ella comenzó a llorar, hasta que no pudo ver nada a su alrededor. Cerró los ojos y notó que estaba en su cuarto. Triste y sola. Se levantó a enfrentar un nuevo día de calor. Desde que había comenzado a tener ese sueño, solo se levantaba pensando en quién era ese misterioso chico. Ese día Mariana Torres no tuvo clases, y su madre, mientras preparaba la comida, la mandó a comprar a la panadería de la esquina. Salió ya acostumbrada a la contaminación de autos y colectivos. Cuando estaba legando sintió por primera vez una sensación extraña en un árbol. Nunca había tenid esa sensación, pero antes ed que se diera vuelta, sintió una tímida risa que solo dijo "sos vos". Mariana Torres se dio vuelta y su cara de melancolía cambió. Mariana Torres sonrió y el sol salió de su envoltura de nubes. Lo había encontrado.